Cuento para reflexionar
Cambiar yo, para que cambie el mundo.
Anthony De Mello
Hace ya muchos años se estaba construyendo una catedral. Un hombre, al parecer estudiante de arquitectura, se pasó por las obras para ver cómo otros trabajaban. Y allí se encontró con tres maestros canteros que, cincel en mano, estaban trabajando la piedra para construir el templo.
Se acercó al primero y le preguntó qué es lo que estaba haciendo. La respuesta fue contundente y malhumorada:
Pues es bastante evidente, ¿no? Aquí picando esta piedra con el solazo que hace… y con la sed que yo tengo. ¡Y lo que me queda aún! Por no hablar de lo que me fastidia el capataz que es muy enojón y no me deja ni respirar. A mí también me gustaría ser capataz…
Al acercarse a preguntar al segundo cantero, esto fue lo que le dijo sin apenas mirarle a la cara:
Pues aquí ando haciendo lo que me han mandado. Tengo mujer y cuatro hijos, ¿sabe?, así que toca obedecer para poder llevar el pan a casa.
Al acercarse al tercero, comprobó que éste trabajaba con un entusiasmo inusitado, cantaba y silvaba y al hacerle la misma pregunta que a los dos anteriores, éste le respondió con satisfacción y orgullo:
¿Que qué estoy haciendo? Acaso no lo ve caballero: UNA CATEDRAL.
Los tres hacían lo mismo, pero sólo uno estaba orgulloso de la contribución de su esfuerzo.
Y ustedes ¿qué tipo cantero son? ¿El que se queja de la situación que tiene pero no hace nada para cambiarla, el que se resigna aunque no sea la tarea que le guste desempañar o bien el que ve con claridad que forma parte de un proyecto más grande que su pequeño ombligo?
El sufí Bayazid dice acerca de sí mismo: De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: “Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo”.
A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: “Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho”.
Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente: “Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo”. Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida.
